:: Historia de una mano ::


"¡Cortala Pancho, cuando naciste no tenías la mano arrugada como cuando pasás una hora en la pileta!" Enérgicamente, de un tirón y con la vena de la garganta erecta, su madre le escupe la frase junto a un pedazo de tortita que se le escapa en la última fuercita. "Qué raro, fueron 9 meses en el líquido ese" piensa él inmutado frente a la triste miguita que da sus últimos temblores de vida sobre la mesa.

Se mete bajo el agua y piensa cómo habrá sido estar dentro de la panza. Mira su mano derecha. La ve más blanca, pálida, siente la piel finita como si fuera un feto. "Le debo haber tocado la piel por el lado de adentro, qué raro..." Siente asco. Sale del agua casi sin aire. "Si soy diestro yo... con ésta fue".

Mira de reojo, ve la panza menopáusica de su madre y se la imagina embarazada. Siente miedo.

:: Historia de un perfume ::


Él lo compró por el frasquito, la marca y el precio. Muy contento lo regaló. Con moño. Nunca lo olió. Cuando ella lo hizo notó que era un almíbar de señorona vieja. Él sospechó que era un poco fuerte, pero siguió feliz por su gran regalo. Ella lo usaba mucho para que se gaste rápido empeorando la situación de aroma fuerte y dulzón. Le dió ternura, sí, pero en le fondo hubiera preferido que fuera el perfume que a ella le gustaba.

Años después, cuando no fueron más novios, ella se compró el que quería aquella vez. Vió en la vidriera el perfume dulzón y sonrió con nostalgia mientras pagaba el otro.

:: Historia de un vaso ::


La Nona lo compró para cuando viniera su nieta. Hacía juego con el platito que también era de princesa. Cuando vinieron, la nieta tomo del que era suyo, un AVENT todo mordido y sólo quería comer del plato de su mamá. Ella pensó que ya era hora de que su nieta comiera sola y que tomara en vasito, pero no dijo nada. No le gusta polemizar.

El plato lo usó para darle de comer a Shimi, la gatita. El vaso quedó en el fondo de la alacena. Años. Un sábado de limpieza general la Nona lo separó y a la tarde se lo regaló a la vecina.

:: Historia de un perro con chaleco ::


La señora estaba contenta, se lo había tejido anticipándose a los primeros fríos. Le divertía mirar al perro con chaleco dando vueltas intentando sacárselo, morderlo. Al principio se refregaba el cuerpo contra la pared, ella lo escuchaba de la cocina y apuraba el mate para pispearlo por la ventana: “Bonito, ya se va a acostumbrar”, pensaba.

El perro con chaleco dormía mucho después de esos momentos de tensión. Y ella lo miraba descansar abrigadito y se sentía reconfortada. Él nunca pudo decirle que el cuello del chaleco le picaba. Ladró y lo explicó moviéndose. Ella embelesada mirando el chalequito de punto jersey no lo pudo comprender. Él prefería el chaleco del invierno pasado. Era de plush. Suavecito.